miércoles, noviembre 10, 2010

La vida en el espejo

Vicente Herrera Márquez

¿Quién será ese señor viejito que me mira en el espejo?
¿Será mi fantasma de ayer?
¿Será mi otro yo del futuro?
Me parece cara conocida, debe ser un familiar,
si hasta se parece a mi papá poco antes que muriera.
Tiene su misma mirada y poco pelo en la testera.
Luce muy blancos los dientes casi igual que los míos,
a pesar de nicotina y miles de cigarros consumidos.
Lleva barba color invierno de más de cuatro días,
podría afeitarse conmigo, por eso estoy frente al espejo.
Le hago una mueca y el responde con una casi igual.
Esbozo una sonrisa y también el me regala su sonrisa.
Lo miro bien, escudriño las arrugas de su frente,
parecen surcos arados a lo largo y ancho de una vida.
Me interno en las huellas de años que nacen de sus ojos,
y recorro cauces secos de riadas de antiguas tormentas.
Observo esos labios que tiritan imitando mi sonrisa,
con un rictus cómplice que parece quisieran sentir
el color y el fuego del vino tinto y de labios de mujer.
Efectivamente esa imagen se parece al viejo Herrera
y también encuentro que se asemeja mucho a mí.
Debe ser su fantasma que me viene a visitar.
Debe ser mi recuerdo de años que se acercan al presente.
Y pienso la razón y la verdad de los refranes,
es cierto aquello que dice: de tal palo tal astilla.
Me parezco a mi viejo y el se parece a su hijo.
Ahora me voy a rasurar para la cita que me espera,
con un brindis de buen vino y un beso ardiente de mujer.
Y luego si el romance deja un espacio y el tiempo lo permite,
iré a ver a mi doctor, pues estoy sintiendo achaques de vejez.

Cuando las rosas hablaban

Vicente Herrera Márquez

Hubo un tiempo ya olvidado,
en el que las flores hablaban.
Cuando una rosa decía: te quiero,
aunque lo dijera en silencio,
tu te detenías a oírla
y si no la escuchabas,
ella en tus oídos gritaba.
¿Será que las flores hoy no hablan?
¿Estarán hablando otro idioma?
¿Están las rosas calladas?
¿O no las quieres oír?

Sinoriente

Vicente Herrera Márquez

Voy errante caminado
entre rastrojos y hojarasca.
Siento que cruje el sendero
por el peso de nostalgias
guardadas apretadas en las alforjas
que soportan mi equipaje.
Transitando los senderos que vienen del ayer,
voy vagando sin un rumbo definido,
siguiendo surcos labrados con promesas
que se han ido diluyendo con el tiempo.
Estoy rendido en el cruce de los vientos,
no hay indicios de rutas con destino
y el camino de regreso se ha perdido.
No hay una veleta que indique puntos definidos,
o tenga en su cruz una flecha cardinal
que me diga cual es el sendero mejor para seguir.
Y sin norte, sur u oriente estoy perdido,
a merced del viento, las nostalgias y el olvido.