sábado, abril 23, 2011

Del tiempo de las cartas

Vicente Herrera Márquez

Han pasado muchos meses
desde el tiempo de las cartas.
Han crecido y decrecido muchas lunas.
Han germinado, florecido y fenecido las plantas temporales.
Se han marchitado las flores que adornaban el balcón.
Se ha muerto la mariposa que volaba entre azucenas y alelíes.
Se durmieron las cuerdas de la guitarra
que vibró apasionada en noche de luna ausente.
Se secaron los surcos de sudor que recorrían la piel sedienta.
Se acallaron en sueño aletargado los suspiros del deseo.

¡Ay amor! ¡Ha pasado tanto tiempo!
Desde el día que juntamos nuestros labios,
desde el día que fundimos nuestros cuerpos
en un abrazo de amor enloquecido,
aquella noche de lluvia, truenos, quejidos y susurros
en un hostal escondido en las colinas de Ouro Preto.

Balcón Andaluz

Vicente Herrera Márquez

Una voz de mujer en la altura me llama
desde las penumbras de un balcón enrejado,
que se encarama en la falda de una blanca pared.
No está en el camino de los pueblos blancos
en la ibérica península de allende el océano.
Está en una calle de una ciudad muy al sur,
esta en un barrio a los pies de montes andinos nevados,
esta en mi tierra fecundada por mezcla de razas.
Es una postal escondida entre moles de frío cemento,
que pintó en otro siglo algún olvidado inmigrante español
que ancló y murió en una esquina cercana al Pacífico mar.
Hay adoquines de negra piedra brillantes y mojados,
por la garúa que cae rayando la luz de un solitario farol,
que ilumina el portal que invita a entrar en esa postal.
Atravieso una puerta con reja de arabesco fierro forjado
y un ¡Olé! de mujer, me transporta a un rincón andaluz.
Un rincón de cante, de palmas sonoras y baile,
de guitarras, tacones y castañuelas que cantan.
Su mano toma la mía, siento calor de estirpe morisca
que corre y se mezcla con savia, con sangre
de poeta bohemio, hijo del hasta hoy indómito Arauco.
Me conduce al balcón del cual me llegó su llamada incitante,
donde oscuras cortinas nos dejan a la sombra de luna escondida.
Mis ojos preguntan, un dedo en sus labios me dice: Silencio
y luego con calma su boca responde con besos muy rojos.
Mis labios tiritan, su mirada es un dardo de fuego
que quema la piel y tensa las cuerdas del cuerpo impaciente.
Fuego que se hace sed para el vino y espanta el frío de otoño.
Es el preludio de romance, de juegos calientes y cena de amor,
con zumo de mi tierra generosa y hoguera de hembra andaluza,
que vibra en guitarra y tiembla con ritmo de punzante tacón,
hiere la piel e incita a emerger el deseo latente del macho del sur.
La noche es cómplice, las guitarras sonoras compinches,
las castañuelas comparsa incitante y el vino sangre de vida.
El frío se aleja, la penumbra se quiebra, la luna aparece.
La piel española muy blanca excita y encanta al sureño varón.
y el músculo moreno sin doblegar impone su estirpe araucana.
Es una noche de lucha y amor, también de guerra y pasión,
sin ganador ni vencido, ambos triunfantes con rabo y oreja,
en ese campo de lid enclavado en una calle de Santiago del Sur,
distante de España y muy lejos de Córdoba, Sevilla o Granada.
El amor con luz, caricias y guiños de luna, en un chileno balcón andaluz.

domingo, abril 03, 2011

El peso de los elementos

Vicente Herrera Márquez

Hoy pesa
el aire que respiro.
Hoy pesa
el fuego que encendimos.
Hoy pesa
el agua que del cántaro bebimos.
Hoy pesa
la tierra que pisaron nuestros pies.
Hoy pesan
las caricias que fueron y se fueron.

Igual pesa el sendero
que recorro buscando tus huellas.
También pesan los hitos
que dejamos a la vera del camino.
Pesa la historia,
pesa la distancia,
pesa el silencio,
pesa el ruido,
pesan los recuerdos...
y pesa el olvido.

viernes, abril 01, 2011

Para llegar

Vicente Herrera Márquez

Allá al final de la vía
voy divisando a mi pueblo.
Ayer ansiaba abrazarlo,
hoy me esta doliendo llegar.
De un siglo a otro,
por senderos me fui alejando,
que me llevaron muy lejos
por los parajes del tiempo.
Y te cuento pueblo mío
que después de correr distancias,
sentir el calor de amores,
embriagarme con dulce vino
y también beber sinsabores,
en un recodo del tiempo
tropecé y comencé a volver.

Alguien de allá sin quererlo
tendió una unión virtual.
Me encaramé en ese puente,
sentí la fuerza del viento
y por él me dejé llevar.
De a poco me fui acercando
y reconociendo el lugar,
mas faltando muy poco
para llegar hasta allí
y sin saber el porqué,
el puente se derrumbó,
y el viento perdió su rumbo.
Le pregunté a la distancia
si la meta lograría alcanzar,
mas no supo que responder
y se encogió y alargó
como tango en bandoneón.
Por eso, aunque es mi meta,
me esta doliendo llegar.